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El tren de las palomas

por Ricardo Rodríguez

-Debe haber sido allá por los primeros años de la década del setenta- me dice don Florentino.

-Siempre nos acordamos de Adolfito… se portó mal con nosotros- agrega, con un dejo de tristeza.

A pesar de los años transcurridos, don Florentino Peralta recuerda los detalles de aquella patraña, de aquella traición que no pudieron soportar, ni él ni sus amigos de la Colombófila local.

Don Florentino es palomero desde los inicios de esta actividad en el pueblo, cuando corría el año 1951.

-Es una gran pasión para mí. Me gusta mucho. Y con los años uno va aprendiendo todos los secretos de las palomas- cuenta esbozando una sonrisa.

-A mí también me gustaba ganar. Que mis palomitas ganen una carrera. Que mi palomar gane un trofeo a fin de año. Pero siempre por derecha. Lo que nos hizo ese muchacho no tiene perdón.- Vuelve el recuerdo de aquellos malos momentos y de repente la sonrisa se borra de su rostro.

-Si querés te cuento lo que pasó. ¿Tenés tiempo?- me pregunta.

-Claro. Me interesa conocer la historia. Lo noto muy enojado con lo sucedido. Y para que Usted esté enojado debe haber sido algo grave.- le respondo induciéndolo a que comience con el relato.

-Nosotros nos juntábamos los jueves a la noche. Primero fue en la cuadra de la panadería de Londeira, uno de los precursores de la actividad colombófila en la localidad.-

-Después nos dejaron una piecita atrás de las oficinas de Fernández. Allí nos reunimos durante muchos años, hasta que pudimos hacer la sede que tenemos ahora.- dice don Florentino con orgullo.

-Cada uno traía, en una caja, los ejemplares más destacados que tení para mandar a la carrera. Se ponían en hora todos los relojes. Los relojes que usamos los palomeros para marcar cuando llega cada paloma, ahí le sacamos el anillo de goma, lo mandamos adentro y le damos el palancazo. Y… listo, paloma marcada- me explica y hace los ademanes como si estuviera en ese momento crucial.

-Per te sigo contando, se encanastaban las palomas, anilladas para la competencia, y no era como ahora que arranca la camioneta cargada con todos los canastos hasta el lugar desde donde se hará la suelta, porque ahora tenemos camioneta propia- agrega Florentino en otra muestra de satisfacción.

-Antes se mandaban por el tren. Porque por aquellos años todavía andaban los trenes- recuerda con un dejo de nostalgia.

-Los canastos se llevaban el mismo jueves, a la noche, a la estación, donde a la otra mañana bien temprano, los subían al tren de cargas que pasaba por acá, uniendo Toay con Bahía Blanca, y desde allí, trasbordo de por medio, viajaban a su destino definitivo, el lugar desde donde se largaba la carrera. El sábado por la mañana, un empleado del ferrocarril de ese lugar, era el encargado de abrir los canastos y soltar las palomas que regresaban al pueblo, si todo andaba bien, en las primeras horas de la tarde del mismo sábado. Entonces nosotros nos reuníamos, a la tardecita, para hacer los controles. Se abrían los relojes y se determinaba el orden de llegada de acuerdo a las marcas de cada palomar, todavía hoy se sigue haciendo igual.- relata don Florentino, con la precisión que le otorgan tantos años realizando esta actividad, aunque ahora hace varias temporadas que no participa en las carreras.

-Ya estoy viejito- dice sonriendo.

-Pero todavía tengo algunas palomas en el fondo de casa.- agrega mientras observo un brillo en sus ojos que denota la emoción por los recuerdos.

Hace una pausa. Me doy cuenta que el pantallazo inicial, describiendo cómo se fue organizando y en qué consiste la actividad colombófila, llegó a su fin. Ahora es el momento de contarme esa parte de la historia que no le gusta, pero que está decidido a revelar.

-Como te decía, debe haber sido allá por el setenta y dos, setenta y tres. A este muchacho, Adolfo, lo trasladaron a este pueblo un par de años antes. Trabajaba en la estación. Era medio capo ahí, cuando no estaba el Jefe, él quedaba a cargo.- describe Florentino, como si estuviera contándome una película vista muchas veces. Bien desde el principio y tratando de no perder detalle.

-Él era de un pueblo de por acá cerca. Y tenía afición por la colombófila, entonces al poco tiempo ya se había conectado con nosotros, armó su palomar en el fondo de la casita que le había dado el ferrocarril. Por su condición de empleado de la estación, era la persona indicada para realizar los envíos de las mensajeras al destino desde donde se correrían las carreras.- describe, develando la confianza que los palomeros habían depositado en Adolfo.

-Me olvidaba -dice Florentino y noto en su avejentado rostro, una mueca pícara, como cuando un chico está a punto de contar alguna travesura.

-Los jueves además de juntarnos para encanastar, comíamos un asadito, y a los postres se hacían los remates. Se remataban las palomas al mejor postor. Cada uno apostaba unos pesos al ejemplar que, creía, iba a ganar la carrera. Del pozo que se juntaba se “capaba” algo para la sociedad colombófila y el resto se repartía en premios.- explica con lujo de detalles don Florentino.

-Pero sigo con el tema…. En esa temporada de la que te hablo, Adolfito venía ganando casi todas las carreras. Nos estaba dando una paliza bárbara. No es nada que punteaba el campeonato por un campo de ventaja, ¡además nos juntaba la cabeza a todos con los remates!- remarca dejando escapar una carcajada, más de rabia que de alegría.

-Un día, creo que era sobre el final del torneo, se corría desde Olavarría, en la provincia de Buenos Aires, un poquito más de trescientos kilómetros en línea de vuelo. Mirá, creo que eran trescientos siete kilómetros exactamente.- dice, haciendo gala de una precisión y una memoria envidiables.

-Habíamos calculado que las palomas podían tardar más o menos unas cinco horitas para llegar hasta acá. Si las soltaban a las nueve, como siempre, entre las dos o tres de la tarde teníamos que estar marcando las primeras. Claro siempre y cuando el tiempo acompañara. Un pequeño, gran, detalle que Adolfo, confiado, nunca tuvo en cuenta.- Nuevamente Florentino interrumpe su relato, creo que para que yo vaya entendiendo. Se acercaba el momento culminante de esta historia.

-Ese sábado yo llegué primero al lugar de reunión. Atrás de lo de Fernández, como te decía antes. De las mías no había llegado ninguna. Al reloj lo había dejado en casa por las dudas. Tenía a la vieja bien aleccionada por si bajaba alguna paloma para que me la marque.-

-Al rato empezaron a llegar todos los muchachos. Por las caras que traían me di cuenta que la cosa venía mal. Podés creer que ninguno había marcado todavía, ¡y ya eran las siete y cuarto de la tarde! En eso estábamos, contando nuestras penas, cuando llega Adolfito. Sonriente, sobrador.- el rostro adusto de Florentino me da la pauta que todavía perdura el enojo de aquel entonces.

-Adolfo se paró frente a nosotros y nos preguntó: Y muchachos, ¿cómo anduvieron? Yo marqué la primera a las catorce y veinticinco, las otros dos un poco más tarde, creo que anduve bien. ¿Y Ustedes? Nos dijo el muy ladino. Nosotros nos mirábamos y no lo podíamos entender. Como podía ser, ¡el único que había marcado era él!.- Expresa el viejo Peralta, levantando por primera vez la voz, sin disimular su disgusto.

-Pero bueno, nos fuimos resignando a tener que esperar hasta el domingo, a ver si la suerte cambiaba, y se lograba alguna otra marca. Pero esa marca nunca apareció. Esperamos todo el día, cerca del palomar, mirando el cielo, y nada. No vino ni una sola paloma más.- mientras me cuenta, Florentino vuelve a mirar el cielo como en aquel domingo nefasto.

-Para la noche, la preocupación no era tanto por la carrera, era saber qué había pasado con las palomas. ¡No podía ser que se hayan perdido todas!- Me doy cuenta que se acerca el desenlace de la historia.

-El lunes a la mañana se corre la voz por el pueblo. ¡Reunión de palomeros después de almorzar en lo de Fernández!. Para la una y media estábamos todos. Intrigados, nerviosos, nadie había tenido novedades de las palomas y nadie podía explicar lo que había pasado. El propio Celedonio Fernández, dueño del lugar donde nos reuníamos y palomero también, uno de los fundadores de la Sociedad, era quien nos había convocado.- Cierto temblor en la voz de Florentino demuestra porqué que aquella jornada será recordada por siempre.

El Viejo Peralta se pone de pié. La figura de Celedonio Fernández se corporiza en él.

-Don Celedonio, mirándonos a los ojos, nos anticipó: Muchachos tengo que contarles algo muy grave. Y apuntándole a Adolfo, le dijo: ¡Qué cagada te mandaste pibe!... Adolfo no entendía bien de qué le hablaba don Celedonio, pero a mí me pareció verlo más nervioso que nosotros.- dice Florentino y sigue rememorando las palabras de Fernández:

-Resulta que ante la preocupación de todos porque no llegaban las palomas, me comuniqué con un amigo que tengo en Olavarría, nos dijo Don Celedonio, quien mirando otra vez a Adolfo, agregó: este amigo mío fue a averiguar a la Estación y le dijeron que las palomas nuestras todavía estaban allá, pasó una tormenta brava por aquella zona, llovió todo el sábado y el domingo, por eso no las soltaron. Están esperando que mejore el tiempo y recién ahí las van a largar. Concluyó Fernández dejando al descubierto la artimaña de Adolfito. ¿Podés creer?.- me dice el Viejo, como buscando mi aprobación por su perdurable enojo.

-Resulta que el muy turro antes de subir los canastos al tren se sacaba las palomas de él, las guardaba hasta el sábado y cuando se hacía la hora en que normalmente llegaban, las marcaba. ¡Así nos había ganado casi todas las carreras del año!- exclama Florentino.

-Por suerte nos dimos cuenta. Se armó un quilombo bárbaro. Lo echamos de por vida de la Sociedad. Y creo que tuvo problemas en el ferrocarril también. Te imaginás que un tipo así no es confiable para nada.- culmina su relato el viejo.

Le agradezco mucho la atención que tuvo a don Florentino Peralta, me despido de él con un abrazo, y lo dejo dándole de comer a sus palomitas.

Que personaje el Adolfo, había ganado una carrera que todavía no se había largado.


Última modificación: 10 de Mayo de 2010, 22:56:02 .

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